viernes, 22 de julio de 2011

Un Viejo Joven-Lo Comparto con vosotros llego a mi correo.


                            Un viejo joven

Al razonar el lenguaje de nuestra enfermedad y sabiendo de dónde nos viene, estaremos en condiciones de revertir el por qué y para qué nos enfermamos. Referido a la génesis, es muy importante todo lo que hoy sabemos con respecto al momento de la concepción, el parto y la adolescencia que indudablemente son momentos críticos en la vida de todos los hombres.
Hoy practicamos la teoría de la relación telemática materno-filial sobre el programa de vida y la relación telepática madre-hijo del Dr. Herminio Castellá, sobre el papel que desempeña la mujer en la vida de la familia, sobre el matrimonio y en especial sobre la trilogía de culpa, tan marcada en nuestra cultura judeo-cristiana, como ser el decidir, el gozar y el valorarse. Y nos da respuesta este pensamiento a la teoría de que la enfermedad es una respuesta equivocada de nuestra cultura, a un estímulo que actúa sobre nosotros, pero a través de ese programa de vida que heredamos de nuestros ancestros y por ello se repite.

Desde siempre, lo médicos hemos tratado de desentrañar (un poco el misterio de nuestra razón de ser), preguntándonos: ¿qué es la enfermedad? ¿por qué y para qué enfermamos?

Lo más remoto que encontré fue una charla con Hipócrates (500 años a.c.), en la que sus discípulos le preguntaban: “Maestro, ¿de qué y por qué se enferman nuestros pacientes?” y aquel sabio increíble les contestó simplemente: “Por su génesis y su entorno.” (Confirmado por él mismo en aquella curación del rey de Macedonia al cual se le había diagnosticado “tesis” y que él reveló como de origen psicológico.)
Siendo ya un joven recién graduado (desde esto hace ya 25 años), con todos mis conocimientos frescos y bien estructurados, me inicié como pediatra en la vieja “Casa Cuna”. Por aquel entonces escuchaba los conceptos de un maestro: el Dr. Florencio Escardó, y por supuesto que me resistía ante él y sus conceptos diciéndome: “¿qué tiene que ver la madre, el padre y la familia con la enfermedad del niño”, y me repetía: “son puras teorías”. Y dejaba de lado esos brillantes conceptos del Maestro para aferrarme a los conceptos puramente orgánicos que había adquirido, sin ver en la madre, algo tan importante como él decía para la salud de ese niño que diariamente ella nos confía.
Hace unos pocos años, leí una frase del premio Nobel Peter Medawar: “la ciencia sin el apoyo de las teorías es sólo arte culinario”. Esto provocó en mí una reacción y otros intereses , y traté de profundizar en esto. Que un poco explicado lo encontré en un concepto de Viktor Frankl: “de seguir ejerciendo la medicina como hasta el presente, sólo nos va a diferenciar del veterinario, el paciente”. Y entonces me decidí a seguir buscando, quería sentirme médico, no sólo ser médico y recordaba a Hebbel cuando dijo: “La vida nunca es algo, sino la ocasión para algo”.

Y al sentirme médico me hizo recordar al gran maestro Dr. Garraham que desde la cátedra nos decía: “lo importante es que el médico haga lo que debe hacerse, y no es honesto justificar actitudes deprimidas y pesimistas por aquello de cuidar el prestigio. Debe el médico aprender a cuidarlo sin dejar de ser humano, y será menester que sacrifique su prestigio o lo ponga en peligro en determinadas cosas, por razones de sentimiento ante padres muy emotivos y desesperados. Grande la satisfacción del pediatra que logra alentar el espíritu de los padres; si no es así no ha comprendido su misión.”
Y me repetía: ” si nuestra generación con maestros de esta talla y de otros como Fustinoni, Munist, Leston, Belville, Di Paola, Uranga Imaz, etc. por nombrar sólo algunos de nuestros profesores de nuestros años de Facultad de la década del 50 y de aquellos otros maestros que me dio el hospital: la paternidad de Beranger, la bondad de Bisbal, la fuerza de Llambrías, el razonamiento de Garrota, la alegría de Badaraco, la paz de Pierini, la entrega de Turró, el ejemplo de Somaloma, la humildad de Mieres, la sonrisa de Pagnes, el silencio de Soage, y tantos otros que a lo largo de nuestra profesión, dieron de todo de sí para que no sólo fuéramos médicos, sino que nos alentaron a sentirnos médicos como ellos lo sentían.”

Y repito lo del principio: es nuestra generación la que hoy frente a la alta tecnología, ante tanta terapia intensiva y tantos avances de la inmunología, ante los jóvenes residentes, cada día más formados en lo estrictamente científico y organicista, ¿no deberíamos los pediatras volver a los caminos de estos hombres para los cuales como Hipócrates, era observarlo todo, ya que una gran parte del arte es “yo creo poder observar”? Epocas en las que el médico usaba para el diagnóstico todos los sentidos: vista, olfato, tacto, oído y gusto. Epoca en la que nada era insignificante, como para no tenerlo en cuenta, hasta la más íntima e ínfima confidencia del paciente.

Siendo importante para el médico la forma en que el paciente sufría la enfermedad y no el tipo de ésta. Era fundamental el aspecto del enfermo, sus circunstancias y su forma de vida, observando su origen (su génesis), su dieta, sus costumbres, la edad, la forma de hablar, los hábitos, su figura e incluso su silencio, sus pensamientos, si duerme o padece de insomnio, el contenido y origen de sus sueños. Se tenían que estudiar los datos y razonar su significado.
Ya en el siglo XIX Francis Adams, médico rural decía: “la superioridad de las viejas autoridades sobre las modernas, residía, en que los primeros tenían mayor talento para captar la verdad en general, mientras que los segundos se limitan a los hechos particulares, descuidando la observación de los fenómenos generales.”

Ya sabemos bien nosotros que, ante la enfermedad sólo pueden tomarse dos actitudes: curar o al menos no perjudicar. Si aquel viejo método se utilizara, hoy el médico podría observar objetivamente, evitar posturas rígidas, prevenir la arrogancia y rehuir las adhesiones incondicionales o doctrinas determinadas. “La vida es corta, el arte es largo, la ocasión fugaz, el experimento engañoso, el juicio difícil.”

Y no podrá el médico salir airoso por sí solo en la curación de una enfermedad si no le favorece el enfermo, los asistentes y las circunstancias exteriores. En nuestros días le doy la razón a Kar Klaus cuando dijo: “Una de las enfermedades más generalizadas es el diagnóstico.” Esa etiqueta que solemos colocar y que hace que el enfermo sufra más por el diagnóstico que por la propia enfermedad y que hace aparecer el temor. Y lo que alguien teme, lo que aguarda con miedo se realiza, esto le va a suceder.


De aquí en más mi cambio, este joven médico que soy por aquel viejo médico que era.
Carlos A. Touceda
Médico Pediatra
Hospital Elizalde